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Qu es aquello que nos ha convocado al estudio de estos casos: el horror de un acto tal, la locura que los habita, su enigma? Mucho antes de plantear: desde el Psicoan lisis, es decir, sin precipitarnos en ninguna investidura, y de un modo m s despojado, simplemente en tanto sujetos de la palabra, dej monos atravesar por esta pregunta. S , hay horror, y s , hay locura. Pero ni uno ni otra nos son ajenos. Si nos conmueven, si nos dejan pasmados, es porque el horror y la locura nos muestran, en esos casos, la inoperancia del l mite que debi estar en juego. En esa locura, el horror, en tanto l mite, ya no tuvo protagonismo, y es esta ausencia, la que, parad jicamente, y sin miramientos, cobra fuerza: esa fuerza proviene de la atracci n de un abismo que ha perdido todo contorno. Esa locura est ya habitada por un grito desesperado del sujeto, algo que busca hacerse o r, hacerse saber. En esa locura que empuja al acto, el sujeto ya no se topa con la barrera del horror al homicidio y, m s bien, es este ltimo el que se impone como l mite ante otro horror indecible.
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Qu es aquello que nos ha convocado al estudio de estos casos: el horror de un acto tal, la locura que los habita, su enigma? Mucho antes de plantear: desde el Psicoan lisis, es decir, sin precipitarnos en ninguna investidura, y de un modo m s despojado, simplemente en tanto sujetos de la palabra, dej monos atravesar por esta pregunta. S , hay horror, y s , hay locura. Pero ni uno ni otra nos son ajenos. Si nos conmueven, si nos dejan pasmados, es porque el horror y la locura nos muestran, en esos casos, la inoperancia del l mite que debi estar en juego. En esa locura, el horror, en tanto l mite, ya no tuvo protagonismo, y es esta ausencia, la que, parad jicamente, y sin miramientos, cobra fuerza: esa fuerza proviene de la atracci n de un abismo que ha perdido todo contorno. Esa locura est ya habitada por un grito desesperado del sujeto, algo que busca hacerse o r, hacerse saber. En esa locura que empuja al acto, el sujeto ya no se topa con la barrera del horror al homicidio y, m s bien, es este ltimo el que se impone como l mite ante otro horror indecible.