Nos sorprende enormemente ver las similitudes entre la poca actual y el Imperio Romano. La corrupci n, sea el tiempo que sea, siempre est presente. Y por ella han ca do imperios.En pleno siglo V, Constantinopla y Roma contemplan con preocupaci n c mo todas las tierras entre el Rin, el Danuvio, el Volga y el mar B ltico rinden homenaje y pleites a al nuevo emperador de los hunos, como se hace llamar Atila.La preocupaci n se convierte en p nico cuando empieza a circular la leyenda que habla de que ha recibido de manos de los dioses la espada de Marte.Severo Antonio Braulio Teodosio, general, embajador y senador, vivir una vida entera para descubrir que somos los hombres que levantamos los imperios y, tambi n somos nosotros, quienes los hundimos. Mientras, todo el Imperio cae a su alrededor, l, desde su villa de Tarraco, relata a su amigo Pablo Orosio, que escribi la historia de aquellos d as, sus recuerdos, los de una poca incre ble, en la que la aparici n del gran Atila, se uni a otra figura que marc el final absoluto del Imperio Romano de Occidente: Gala Placidia. Nieta, hija, hermanastra, esposa y madre de emperadores, se sent durante treinta a os en la silla imperial. El gran Severo, espectador privilegiado grita: Nunca, en toda la historia, hubo una mujer tan predestinada! Y relata con todos los pormenores c mo Gala Placidia enfrent a los mejores generales de Roma entre s , empuj a Atila a atacar un Imperio debilitado por la corrupci n, la traici n y el vicio, y dej en el trono a su hijo Valentiniano, un verdadero monstruo. Revitalizador de la novela hist rica, Albert Salvad ha escrito El anillo de Atila como si fuera un vino de Tarraco. La cata en boca es excelente, seria y profesional. (Ram n Ventura. EL PERIODICO)